No es raro que la vida del artista sea provocadora, desafiante, incluso deliberadamente rupturista. Abrir senderos causa alarma e implica enfrentamientos. Pero aun entonces el artista se halla vinculado a una sociedad, por medio de la cual (o contra la cual) define su universo expresivo, su postura, y que despierta en él
la ambivalencia de la atracción y el repudio. Tardaríamos poco en evocar nombres célebres para ilustrar esta realidad.
Beethoven, agresivo e iconoclasta, clamó por la fraternidad universal en su última sinfonía; el hosco
Brahms contruyó un círculo de íntimos para defenderse de la soledad;
Wagner hizo lo propio pese a su egoísmo manipulador;
Mahler se enfrentó al mundo pero anheló un futuro reconocimiento;
Schönberg se refería a la ciudad que lo rechazaba como
»la amada y odiada Viena«...
En cambio, es mucho más extraño descubrir un hombre lleno de potencial que
elige alienarse de su propia época, cortar las amarras sociales y recluirse en la vida privada con impenetrable desdén. Tal es el caso de Monsieur
VALENTIN ALKAN, compositor francés coetáneo de
Berlioz, Chopin, Liszt, y verdadero monstruo del virtuosismo pianístico.
Una de las dos únicas fotos de Alkan... y ni siquiera le interesó mirar de frente ALKAN no siempre fue Alkan. Vino al mundo en la Rue des Blancs-Manteaux, París, el 30 de Noviembre de
1813, el mismo año que otros grandes creadores como
Wagner o
Verdi, nada menos. El pequeño nació en el seno de una familia judía, y le dieron el nombre de
Charles-Valentin Morhange. Fue el segundo de los seis hijos que tuvieron
Alkan Morhange y Julie Abraham. Tempranamente los vástagos adoptaron el nombre de su padre como apellido familiar, y así serían recordados en adelante.
La música era parte de la familia. El padre tenía una escuela privada de música en
Le Marais (el barrio judío de París), y los hermanos del compositor fueron también músicos talentosos: Napoléon Alkan enseñó solfeo en el conservatorio, Maxim Alkan escribió piezas de música ligera para teatros de la capital francesa, y la hermana mayor, Céleste, fue pianista.
Jurado del Conservatorio de París / R. Fenwick Charles-Valentin, niño prodigio, ingresó al Conservatorio de París a los seis años de edad para estudiar piano y órgano bajo la tutela de Pierre-Joseph-Guillaume ZIMMERMANN, músico y maestro extraordinario que tuvo por alumnos a nombres clave de la música francesa como Bizet, Franck o Gounod. A los siete años ya fue capaz de ganar el primer premio en solfeo y otros más en piano, órgano y armonía. A los siete años y medio se presentó en público como violinista (!), y a los doce hizo su debut como pianista con sus propias composiciones. A los veinte años ocupaba ya un sitio bien ganado en la primera fila de los grandes virtuosos instrumentales del Romanticismo, deambulando en los brillantes salones parisinos que aplaudían a Paganini, a Chopin o a Liszt. En efecto, ALKAN fue quizá el mayor virtuoso francés del piano en su época, llegando a merecer sinceros elogios del genial pianista húngaro, con quien trabó una sólida amistad.
Hacia 1838 ALKAN, por entonces con 25 años, está en el apogeo de su carrera. Su amistad con los citados Chopin y Liszt se traduce en frecuentes conciertos conjuntos. Fétis, el crítico musical más influyente de París, lo alaba en sus artículos. El temperamento de ALKAN se mostraba más equilibrado que el del polaco, con su melancólica introversión, o el del húngaro, extrovertido apasionado. Pero ocurre entonces un primer período de inflexión: el joven músico francés decide retirarse a pulir su técnica (ya alabada por el severo Cherubini) y a componer. Volvió a los escenarios en 1844, pero entre abril de 1846 hasta fines de 1848 desaparece nuevamente, abocándose a su faceta de compositor.
A fines del año revolucionario de 1848, ALKAN decidió mejorar su situación económica y artística postulando a la titularidad de la cátedra de piano en el Conservatorio, vacante tras el retiro de su antiguo maestro Zimmermann. Pero Francia atravesaba entonces un período de gris monotonía, y el nuevo director del establecimiento, Daniel Auber, favoreció la candidatura de un ex discípulo del propio ALKAN, Antoine Marmontel, cuyas mejores habilidades para el puesto fueron las maniobras que realizó para conseguirlo.
NOTA en 2014: Maticemos que Monsieur Marmontel no andaba falto de méritos propios, ya que demostraría ser un gran profesor de su instrumento y pianista de talento él mismo; el punto es que Francia tuvo en esos días al más inigualado exponente de su escuela pianística llamando a la puerta, y decidió no abrirle. Eso es falta de visión.
Este revés marcó la despedida social del compositor. Aparte de dos conciertos ofrecidos en 1853, abandonó su antigua vida para recluirse en su casa por casi veinticinco años. De este ostracismo sabemos muy poco, salvo lo que consta en su epistolario, el cual siguió cultivando con viejos amigos como Ferdinand Hiller. Brotó también en ALKAN una religiosidad que evoca a Liszt o a Gounod, dedicándose al estudio de la Biblia y del Talmud, incluso elaborando una traducción al francés para uso personal, que acabó destruyendo. En terrenos más humanos, el misántropo no se libró del aguijón de la soledad, que el paso de los años volvía dolorosa. Se presume que tuvo un hijo en su juventud con una de sus elegantes alumnas; este hombre, Élie-Miriam Delaborde, llegó a ser un gran pianista y también pintor, atleta y músico de nutrida vida social, a diferencia de su padre.
En su última década de vida ALKAN reapareció brindando una serie de conciertos, que lo pusieron en contacto con una generación nueva de músicos franceses. Había seguido publicando sus obras, pero el retiro social infundió en él una independencia de las convenciones artísticas entonces en boga. Por ejemplo, la música francesa se había decantado por un estilo melódico y dulzón, la “romanza”. ALKAN, en cambio, no teme la expresión vehemente, violenta, frecuentemente ligada a una viva fantasía de tono macabro o incluso sombrío. Me recuerda un poco a Beethoven en sus últimos años y sus “malos modales” expresivos, su rudeza, su causticidad, sus días negros alternados con días soleados. Por supuesto que ALKAN no llegó a poseer la garra expresiva, el genio, en fin, del alemán, pero sí creó una obra originalísima que, sin duda a causa de su extrema dificultad, ha sido descuidada.
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